¿Qué significan y qué importancia tienen para las políticas?
En los últimos años, “sostenibilidad” y “resiliencia” se han convertido en palabras de moda, pero mucha gente no sabe realmente qué significan ambos términos. Como economista que estudia cuestiones medioambientales, creo que un primer paso importante para resolver cualquier problema es definir los términos con claridad.
Aunque la gente común los utiliza indistintamente, la sostenibilidad y la resiliencia no son lo mismo. De hecho, la resiliencia ni siquiera es un concepto único. Dos influyentes ecologistas han definido la “resiliencia” de dos maneras completamente diferentes.
Puede parecer un debate académico sobre palabras y, de hecho, no todos los responsables de las políticas ambientales saben siquiera que existe este conflicto, pero deberían saberlo, porque la forma en que definimos los problemas y proponemos soluciones es importante.
Una breve historia de sostenibilidad y resiliencia
Si bien la palabra “sostenible” se remonta al menos al siglo XVII, el concepto recibió un gran impulso en 1987, cuando la Comisión Mundial de Medio Ambiente y Desarrollo de las Naciones Unidas definió el desarrollo sostenible como “el desarrollo que satisface las necesidades del presente sin comprometer la capacidad de las generaciones futuras para satisfacer sus propias necesidades” en su destacado informe “Nuestro futuro común”.
Esto fue un gran logro. En la era posterior a la Segunda Guerra Mundial, las preocupaciones ambientales habían sido expresadas de manera destacada y vívida por personas como la conservacionista Rachel Carson en su libro “Primavera silenciosa”, pero hasta el informe de la ONU de 1987, ningún organismo mundial apropiado había reconocido oficialmente la relevancia de esas preocupaciones. Desde entonces, el desarrollo sostenible y la sostenibilidad se han convertido en conceptos populares en los círculos académicos y políticos.
Eso es sostenibilidad. ¿Y qué hay de la resiliencia?
En 1973, el ecologista CS “Buzz” Holling definió la resiliencia en un influyente artículo. Sostuvo que la resiliencia de un ecosistema –a partir de entonces llamada resiliencia ecológica– puede considerarse como “la magnitud de la perturbación que puede absorberse antes de que el sistema cambie su estructura modificando las variables y los procesos que controlan el comportamiento”.
En otras palabras, es la cantidad de estrés que puede soportar un sistema antes de cambiar su estado. Para simplificar, la llamaré la “definición Holling” de resiliencia.
Para complicar aún más las cosas, en un artículo de 1984 en Nature, el ecologista Stuart Pimm propuso una segunda definición de resiliencia de los ecosistemas, que desde entonces se denomina resiliencia de ingeniería. Según Pimm, la resiliencia se refiere a “la rapidez con la que una variable que se ha desplazado del equilibrio vuelve a él”. “Equilibrio” significa un estado de equilibrio.
En otras palabras, según esta definición, un sistema resiliente recuperará su estado de equilibrio después de sufrir una perturbación. Llamemos a esto la “noción Pimm” de resiliencia.
En qué se diferencian los dos tipos de resiliencia y por qué es importante
Mi investigación sobre la resiliencia me ha llevado a dos conclusiones clave. En primer lugar, las nociones de resiliencia de Holling y Pimm son muy diferentes. Y en segundo lugar, desde una perspectiva de políticas, el enfoque que se adopte debe depender del estado (o estados) del sistema cuyo comportamiento se intenta influenciar.
En otras palabras, si se piensa que un sistema tiene un solo estado de equilibrio, entonces el concepto correcto es Pimm, o resiliencia de ingeniería. Esto se debe a que, sin importar cuán fuerte sea el impacto que reciba el sistema, cuando éste cese, siempre volverá a su estado de equilibrio único.
Sin embargo, si se piensa que el sistema subyacente no tiene un único estado de equilibrio sino que puede existir en múltiples estados, entonces Holling, o resiliencia ecológica, es el concepto relevante para la política.
Las investigaciones muestran que la mayoría de los sistemas naturales y socioeconómicos existen en varios estados, lo que sugiere que los responsables de las políticas deberían centrarse en la resiliencia en el sentido de Holling.
Un lago, tres estados
Todo esto es bastante abstracto. Para ver cómo se ve en la práctica, pensemos en un lago.
Las investigaciones muestran que muchos lagos pueden existir en uno de dos estados estables, dependiendo de la cantidad de una sustancia química llamada fósforo que contengan.
Para los humanos, el estado oligotrófico –en el que el agua ha sumergido la vegetación y permite la natación y los deportes acuáticos– es el estado bueno.
El estado eutrófico, en el que los nutrientes del agua provocan turbiedad y floraciones de algas tóxicas, es el malo. Pero eso es solo desde una perspectiva humana. Desde la perspectiva de las algas, el estado eutrófico es bueno y estable.
También existe un breve estado de transición entre esos dos. La evidencia muestra que muchos otros ecosistemas también pueden describirse utilizando esta clasificación de tres estados.
El objetivo de la política debería ser mantener el lago en estado oligotrófico durante el mayor tiempo posible o, alternativamente, mantenerlo en estado eutrófico durante el menor tiempo posible.
En otras palabras, los responsables de las políticas deberían querer que el lago sea máximamente resiliente en el estado oligotrófico “bueno”, y mínimamente resiliente en el estado eutrófico “malo”.
Lecciones para la gestión de sistemas
A continuación se presentan tres conclusiones clave:
En primer lugar, el concepto de resiliencia, que está íntimamente ligado al estado de un sistema, puede ser bueno o malo. Todo depende del estado del sistema que el responsable de las políticas pretende modificar.
En segundo lugar, hablar de la resiliencia ingenieril del lago no es de mucha ayuda porque el lago –y muchos otros sistemas– puede existir en más de un estado estable. En relación con esto, la pregunta de con qué rapidez un sistema en estado de shock vuelve a su estado de equilibrio no puede responderse de manera significativa porque, una vez que se elimina el shock, el sistema puede no volver a su estado anterior al shock.
Y, por último, mantener nuestro lago en un estado oligotrófico favorable para el ser humano durante el mayor tiempo posible hace que el tiempo entre en juego directamente en el problema de la gestión. Dado que el desarrollo sostenible y la sostenibilidad tienen que ver con dinámicas o fenómenos que ocurren a lo largo del tiempo, existe una clara conexión entre resiliencia y sostenibilidad.
En concreto, la sostenibilidad de un sistema exige que éste sea resiliente en el sentido de Holling. También podríamos decir que una condición necesaria para la sostenibilidad de un sistema es que sea resiliente. Esto es también lo que tiene en mente el investigador Charles Perrings cuando afirma que una estrategia de desarrollo no es sostenible si no es resiliente.
A los responsables de las políticas ambientales les gusta hablar de sostenibilidad y resiliencia, pero, según mi experiencia, no muchos de ellos saben lo que significan esas palabras. Para obtener mejores resultados, pueden empezar por definir sus términos.